Ochenta y cuatro años le contemplan. Una vida bien exprimida, curtida, escrita con letras mayúsculas. Seis décadas de carrera intermitente a las espaldas. Más artesano que artista: pintor, dibujante, hobo, músico ambulante, trotamundos, buscavidas, guitarrista, aullador y violinista, golfo y juglar, trovador de la cara B de la América real, la de la gente corriente. Contador de historias y cantador chamánico de misteriosas leyendas, esas que recorren las cordilleras de los Apalaches de sur a norte, desde Alabama hasta los frondosos bosques canadienses. Pese a huir de las etiquetas como un viejo zorro deslumbrado por los faros de una camioneta Chevy en una pista de montaña, fue bautizado como el padrino del outsider folk, asunto que a él, parece, le trajo y le sigue trayendo sin cuidado. Lleva practicando el do it yourself mucho antes de que ningún punk lo pintarrajeara en los azulejos de un urinario. Músico siempre al margen, renegado por convicción, olvidado por los medios y posteriormente rescatado y reivindicado a principios de siglo por los jóvenes adalides de ese cajón imposible de ordenar y que algunos vinieron a llamar americana. Es ver una de sus portadas, dibujadas por él mismo, escuchar un acorde de banjo, un rasgueo de violín o apenas un par de fraseos y saber al instante que nos encontramos con el hombre que siempre estuvo allí, con el hombre que siempre hizo las cosas a su manera. Puede ponerte los pelos de punta recitando ancestrales leyendas tenebrosas, romperte el corazón con sus historias, cagarse en las malas artes de Monsanto, describir la tristeza solitaria de un hombre lobo o la de un paisaje devastado. Pero también sabe divertirse y divertirnos: imitar el graznido de un cuervo o recordarnos en una canción que cuando seamos viejos todos tendremos cara de mono. Uno de los secretos mejor guardados de la música de raíces norteamericana. A veces responde al nombre de Snock man, Elwood Snockman, Doc Snock o simplemente The Snock. Escurridizo y poco amigo de lo convencional. Imposible encasillarlo en un solo estilo: country, blues, folk, bluegrass… el último bardo de los Apalaches se llama Michael Hurley.
EL FANTASMA DE LA LIBERTAD
Diciembre de 1941. Dos semanas después de que los japoneses cayeran por sorpresa sobre Pearl Harbour, en una pequeña localidad de Bucks County, Pensilvania, llegaba al mundo Michael Hurley. Hijo de un promotor de operetas que se ganaba la vida en Florida, el joven Michael pronto conocerá la vida en la carretera debido al oficio de su padre. Junto a sus cuatro hermanos y un par de perros, la familia Hurley recorría la costa atlántica de norte a sur mientras en la radio sonaba la voz de un Hank Williams, que todavía no había donado su esquelético cuerpo a la leyenda negra. Esas historias de perdedores entonadas como un lamento: Leadbelly, Jelly Roll Morton, Lightnin Hopkins o los sonidos country-western, junto a los vodeviles que organizaba papá Hurley, serán los primeros recuerdos musicales del joven Snock. Cuando el páter familias fue estafado por unos patrocinadores, no dudó en cambiar de aires e iniciar la conquista del oeste, rumbo a la costa californiana. De esta forma, la vida itinerante de los Hurley propició que la carretera se convirtiera en el dulce hogar familiar. De una mansión destartalada en Malibú a una cabaña a los pies del río Delaware, los Hurley fueron una familia ambulante, sin certificado de empadronamiento. Todo esto quedó en el imaginario de un chaval ávido de aventuras que ya comenzaba a soñar con trenes que atravesaban la noche bajo el manto de las estrellas.
A la edad de 17 años decide que ha llegado el momento de volar en solitario. Se despide de su familia, empaqueta la guitarra Stella con la que ha ido aprendiendo sus primeros acordes y se enrola en las gloriosas filas del vagabundeo. Por darle un poco de contexto, Kerouac publica En el Camino en 1957, más o menos cuando Hurley comienza a subirse en marcha a los trenes de mercancías entre buscavidas y hobos que comparten una visión romántica de una América a la que ya entonces miran con cierta nostalgia. Haciendo auto stop, llegará hasta la frontera mexicana, con previa parada y fonda en New Orleans, lugar donde animará juergas con su nuevo colega, Robin Remaily, quien después formaría parte de aquellos hillbillys psicodélicos: los estupendos The Holy Modal Rounders de los que Sam Shepard fue batería (sí, los de «If you want to be a byrd», canción que suena en la icónica escena de Easy Ryder en la que Jack Nicholson viaja de paquete en la Harley de Peter Fonda). Poco después se encaminará hacia el norte, dando al fin con sus huesos en Nueva York. Estamos a comienzos de los años 60, en plena eclosión folk del Greenwich Village. Sin duda, el lugar idóneo para un joven armado con una guitarra e historias que contar.
Los capos de la industria, sedientos de nuevos talentos musicales, trataban de reinventarse, sustituyendo los trajes de ejecutivo por chupas de ante y jerséis de cuello alto y las gafas de concha por Ray Ban oscuras, dispuestos a descubrir al nuevo mesías entre el humo de aquellos tugurios de techos altos. Tras la resaca beatnik, la beatlemanía a punto de estallar y extenderse por el Atlántico y un Elvis, regresado del servicio militar, más entregado a su carrera como actor y a sus excentricidades, Greenwich Village era el rio donde había que ir a pescar un buen contrato.
Bien, el escenario era el propicio; el muchacho de Pensilvania empezaba a curtirse en los mismos sótanos húmedos que aquel chaval todavía tímido e imberbe que se hacía llamar Bob Dylan; Hurley también había comenzado a componer canciones y a relacionarse con sus compañeros de generación. Hasta aquí todo perfecto. Entonces será diagnosticado de mononucleosis. Mientras que algunas de las jóvenes promesas consiguen salir adelante (el propio Zimmerman, Peter, Paul & Mary, Fred Neil, Dave Van Ronk, Phil Ochs, etc.) el joven Hurley es ingresado en un hospital durante más de medio año. Posteriormente, para más inri, contraerá hepatitis y tuberculosis. Su debut discográfico se verá postergado cuatro años.
AULLIDOS
Año 1965. Dylan, profeta y visionario, se acaba de ‘’electrificar’’, revolucionando la historia de la música popular. Le llueven palos, pero el genio de Duluth no da su brazo a torcer. Ya es un semidiós, desafiante y (al menos de puertas para fuera) seguro de sí mismo. Por otro lado, la invasión británica hace un par de años que ya es un hecho. The Beatles y The Rolling Stones, entre otros, hacen suspirar a las muchachas de todo el mundo, mientras los chicos tratan de imitar los andares y peinados de aquellos jóvenes con acné que copan las portadas de las revistas. Han transcurrido cuatro años y el mundo ha cambiado por completo. Recuperado de sus dolencias, Michael Hurley, a instancias del afamado crítico Fred Ramsey Jr., quien en cierta forma lo apadrina, entra por fin a grabar su primer disco. De escueta instrumentación: una guitarra acústica y su característica voz nasal. Poco más. Demasiado rudo para unos nuevos tiempos mucho más sofisticados.
Bajo el escueto título de First Songs, el disco pasa completamente desapercibido para una audiencia que ya está a otras cosas. El álbum posee algunas de las constantes del universo Hurley: misterio, humor, crudeza y minimalismo. Sobresale entre la colección de aquellas primeras canciones la que cierra el álbum «The Werewolf Song», un tema que entre sollozos y aullidos cuenta la historia de un sociópata que se esconde entre las ramas esperando el momento que llegue la noche para poder salir en busca de recompensa. La canción, que se encuentra entre sus números más reconocibles, será posteriormente regrabada por el propio Hurley y versionada por otros artistas. En la foto de portada, desplazado hacia el lado izquierdo de la imagen, sostiene una guitarra a la altura del pecho. Se muestra un tanto taciturno, quizás consciente de que el tren ya ha partido y él se ha quedado en tierra.
Cansado del ajetreo de la gran manzana, el vagabundeo volvió a ser la constante del trovador de Pensilvania. De Houston a New Orleans, como no, haciendo autostop. Se junta de nuevo a Robin Remailly y el resto de The Holy Modal Rounders, el violinista Peter Stampfel y el guitarrista Steve Webber. Deambulan de aquí para allá, robando sacos de fruta, haciendo el gamberro, colocándose con jarabe para la tos, fumando hierba, bebiendo vino de sirope y cometiendo pequeños hurtos por los que pasan alguna que otra noche durmiendo la mona en la trena. Sus compañeros le siguen instando a que registre sus canciones y retome la senda del negocio musical. Pero Hurley quiere dinero rápido por lo que prefiere continuar la vida itinerante, seguir saltando de tren en tren y conseguir pequeños trabajos eventuales, tales como: recogedor de manzanas, panadero, jardinero, fabricante de tipis o barrendero en un supermercado a las afueras de Philadelphia. Conoce a su primera pareja estable, Pasta, con la que tendrá tres hijos, Daffodil, Jordan y Colorado, con ellos seguirá la vida en la carretera a bordo de un destartalado Chevy del año 51, encontrando trabajos temporales aquí y allá.
Entonces Raccoon Records, nuevo sello subsidiario de Warner, comandado por Jesse Colin Young, líder de los Youngbloods, y también oriundo de Bucks County, conocedor de la autenticidad y el talento de Michael Hurley, le ofrece una segunda oportunidad. El resultado de estas sesiones, grabadas en el salón de la provisional casa familiar de Snockman en Boston, se publicará en el año 1971 bajo el nombre de Armchair Boogie. A pesar de que el espíritu del álbum debut recorre el disco, aquí nos encontramos con más elementos de acompañamiento: bajo, armónica, batería e incluso una turuta, que empezará a formar parte del reconocible sonido Hurley. El álbum, sin perder ni la inmediatez ni el carácter minimalista, posee una frescura de la que First Songs carecía. En esta ocasión acompañan a Hurley los miembros de los Youngbloods y su inseparable Robin Reamaily al violín. Tras los controles, en la producción se sienta el capo del sello, el mencionado Jesse Colin Young, que poco después pondrá fin a su banda e iniciará su andadura en solitario.
El trato es facturar tres álbumes para la disquera. Rápidamente Hurley se pondrá manos a la obra con el segundo, Hi Fi Snock Uptown, que verá la luz en 1972. Grabado, esta vez, en California, de nuevo con la base rítmica de los Youngbloods y Lowin Levinger, quien posteriormente formaría Banana & The Bunch. El álbum sigue la estela de su predecesor e incluye clásicos de su repertorio como «Blue Driver» o «The Twilight Zone». Warner, entonces recula, no ve factible invertir dinero en un tercero y da por zanjado el contrato. La vieja historia.
SEGUIR VAGABUNDEANDO
Habrá de pasar de nuevo otro ciclo de cuatro años hasta que vea la luz su siguiente referencia, esta vez de la mano de Rounder Records, sello centrado en la música de raíces en la que un tipo como Hurley encajará a la perfección. Long Journey es otro álbum marca de la casa. En él sobresalen «Portland Water» y, especialmente, una canción con una inolvidable melodía de violín titulada «Hog of the Forsaken», que tendrá mucho que ver con el reconocimiento de su carrera, muchos años después. Pero no adelantemos acontecimientos, pues 1976 será el año también de Have Moicy, para muchos el mejor disco de folk americano de la década de los 70. Un álbum coral que reúne a Michael Hurley, The Unholy Modal Rounders y Jeffrey Frederick & the Clamtones. Juntos y revueltos. Componen un álbum en el que sobresalen temas como «Midnight in Paris» de Peter Stampfel, «Robbin Banks» de Frederick o la maravillosa «Sweet Lucy» del propio Hurley. Un álbum lleno de tentáculos, una celebración empapada de alcohol, banjos y violines. Folk, bluegrass, country y una pizca de rock&roll clásico. Un acierto de Rounder Records que reunió a lo mejor de cada casa en un disco que ha sido reeditado posteriormente en varias ocasiones y del que han hecho versiones bandas como Yo la tengo o el polifacético músico californiano Cass McCombs. La cubierta del álbum, uno de los clásicos dibujos de Michael Hurley, describe a la perfección el espíritu festivo y familiar que recorre sus surcos: una banda de perros, capitaneados por Bonnie & Jocko, tocando en un antro de madera, donde vuelan las cervezas por los aires y las ratas corren por el suelo. Una gamberrada registrada en comunión y que ha soportado maravillosamente el paso del tiempo. Todo queda en casa. Para entonces Snock ya ha cambiado de pareja y sigue sin establecerse en un lugar determinado, a pesar de que su nueva novia, Kim, acaba de darle su cuarto hijo. Hurley seguirá alternando la música con otros empleos para ganarse la vida.
Su último disco para Rounder, Snockgrass, será editado en 1980. Un álbum notable, que parece cerrar ciclo. Se abre con la estupenda «Midnite Rounder», un estupendo número de blues. La temática, como siempre, oscila entre lo misterioso y lo tradicional, lo melancólico y lo hilarante. En portada otro dibujo de Hurley: unas mujeres corren desnudas por una avenida por la cual transitan un descapotable conducido por un perro, cocodrilos y serpientes. Al fondo una banda de cánidos toca música bajo un cielo rosáceo en lo que parece una especie de Mardi Gras extraño y onírico. Una obra notable y ambigua. Puro Michael Hurley.
HAZLO TÚ MISMO
A pesar de su indiscutible bagaje, su modus operandi, y por qué negarlo, cierta querencia por ir siempre a su bola, Hurley nunca llegó a entenderse del todo con los capos del show business musical. Por lo que tuvieron que pasar otros cuatro años (sí, cuatro otra vez, no es broma) para que su siguiente disco, Blue Navigatorviera la luz. Rooster Records se encargó esta vez del proceso. Le seguirá en 1987, Watertower, un álbum más acústico de sabor country clásico, con reminiscencias de Hank Williams. Michael se establece en Richmond, Virginia, con su nueva pareja, Mora Reindhart, aunque esporádicamente también volverá a mudarse, recorriendo los estados de Vermont, Texas, Kentucky o Carolina del norte. Según sus propias palabras, el fin del nomadismo tiene bastante que ver con que en el norte hace demasiado frío para vivir en la furgoneta.
Entramos en el periodo más prolífico de la carrera de Snockman. Entre finales de los 80 y comienzos del siglo XXI editará más de una decena de discos. La razón de este incremento es que él mismo creará su propio sello: Bellemeade Phonics. Esto propiciará que maneje el ritmo de su carrera. Comienza también a grabar con su ocho pistas portátil cintas y cartuchos, que venderá en los conciertos. Sus discos, a pesar de ello, mantienen la frescura y el nivel compositivo. Seguirá actuando, pintando y escribiendo canciones. A su ritmo, sin que nadie le diga ni cuándo, ni dónde ni cómo. Independencia absoluta.
En el año 2004 se estrena Deadwood, una serie de HBO que nos muestra un oeste sucio, caótico y lleno de barro en donde abundan el vicio, la perversión y la bajeza moral. Un oeste muy lejano del estereotipo de valores como el honor, la moral y la valentía. La canción elegida para cerrar el capítulo piloto es un tema con una intro de violín y cargada de humor ácido, titulada «Hog of the Forsaken», un tema escrito más de treinta años atrás. Una canción que no pasa desapercibida para el público. Para entonces, desde finales de los noventa, aunque hacía años que en el circuito underground norteamericano era un secreto a voces, la figura de Michael Hurley ha ido creciendo entre los jóvenes que vienen reivindicando la música de raíces norteamericana y una forma de trabajo más independiente. Establecido en Portland desde el año 2002, amplía su radio de acción y las giras le llevarán a visitar por primera vez Europa.
Sus siguientes álbumes serán editados por el músico Devendra Banhart en su sello Gnomongsong. Cabe destacar Ida con Snock, del año 2011. Un disco que se encuentra entre sus mejores referencias, escrito a punto de cumplir siete décadas de existencia. Mississippi Records en los últimos años ha ido reeditando su material más antiguo. Reivindicado hoy por bandas de punk, fanáticos del lo-fi, folkies, alt-rockers e indies. Artistas y bandas como Cat Power, Built to Spill, Vetiver, Deer Tick o Violent Femmes hacen versiones de sus canciones. Su música se sigue colando en películas. Por ejemplo, Lucky, la última aparición de Harry Dean Stanton en la gran pantalla antes de morir, concluía con la maravillosa y emotiva «I stole the right to live». Perfecto colofón.
En el año 2019, Michael Hurley ingresaba con honores en el Oregon Music Hall of Fame. Quizás tarde, a Snock le van llegando los reconocimientos. Sigue en activo: pintando, actuando en directo y componiendo nuevo material. Acaba de publicar, a finales del 2021, The time of the foxgloves. Ochenta años, treinta y pico discos y un millón de historias. El chaval que saltó al tren de mercancías parece que sigue soñando, tumbado en el vagón de cola, tratando de interpretar las nubes que recorren el vasto cielo americano con sus ojos de zorro astuto. El secreto es no parar.
BONNIE & JOCKO
Bonnie & Jocko, una especie de hombres lobo vestidos con tejanos y camisas deshilachadas de rayas, están inmortalizados en la mayoría de las portadas de los discos de Michael Hurley. Suelen ser su dibujo más recurrente. A veces tocan el violín y el dobro en una fiesta o conducen un viejo Chevy, otras pasean bajo la luna o están tomando unas cervezas y fumando, otras durmiendo la mona en un sofá. Los personajes están inspirados en Boone y Count, dos collies que el músico tuvo en su infancia en Mission Farm. Count era un perro tuerto y en los dibujos aparece con las clásicas anteojeras que se les pone a los caballos para que solo puedan ver lo que tienen delante y no salir espantados. Boone tenía la costumbre de husmear en los cubos de la basura para echarse algo al estomago, hasta que un vecino irascible le afeó la conducta pegándole un par de tiros. Michael y sus hermanos mantuvieron viva la leyenda de los dos perros inventándose historias sobre ellos después de sus respectivas muertes. Tanto es así que ambos canes se convirtieron no solo en protagonistas de las portadas de los álbumes de Hurley o de alguno de The Holy Modal Rounders, sino también en personajes de alocadas viñetas que durante más de cuarenta años se han ido publicando en diferentes revistas y fanzines.
Texto publicado originalmente en el número de agosto de 2021 de la revista Ruta 66.